Proyecto ClayFighter

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Estado del paciente tras los primeros auxilios

 

En los años 90 vivíamos peligrosamente: viajábamos sin cinturón en la parte trasera del coche, íbamos de paquete en la moto sin casco y dejábamos nuestros juegos (o incluso consolas) a algún amiguete tan felizmente, ignorando que tan preciadas joyas, demasiado a menudo, se iban para no volver. De eso os hablamos aquí.

Una mañana dominguera, entre risas y latas espirituosas de cebada fermentada, en casa de un amiguete que tiene un huerto, encontré en su cobertizo el cartucho que encabeza estas líneas. Estaba bajo los tablones medio podridos de lo que antaño fue una cajonera, lleno de barro, telarañas antediluvianas y escortado por arañitas de esas de patas largas, de las que no pican (creo).

Cobertizo de mierda

Recreación digital del cobertizo (el auténtico da pavor)

 

Cuando vi el cartucho ahí tirado como un trapo viejo, se me pusieron los ojos como platos. Me sentí como Indiana Jones ante el Cáliz Sagrado, como Gólum ante el Anillo Único… Feliz, como cuando encuentras el bazooka en Resident Evil 2 y te invade la risa floja. Agarré el cartucho, le quité la mugre, fruto de –supe luego– más de una década de intemperie y desatención. Me auto adjudiqué el hallazgo y lo tomé en mi seno como quien rescata a un gatito de ser atropellado por un trolebús.

“Si la encuentras te la quedas…”

Pregunté al amiguete dueño del huerto –¡Mal rayo te parta, desalmado!– si había más cartuchos allí, entre los trastos del cobertizo. Su respuesta casi me causa una parada cardiorrespiratoria: “No sé, pero creo que hay una Super Nintendo por ahí que me dejó fulanito y no la vino a buscar” (otro desalmado)… “Si la encuentras te la quedas…”. Pero no, no encontré nada más. Alguien debió profanar esa tumba antes que yo. La princesa está en otro castillo…

Cuando llegué a casa me puse en contacto con el sujeto pixelado que administra este blog, que tiene una Super Nes en su casa, y quedamos para abrirlo juntos y probarlo. Cogimos las herramientas necesarias (básicamente destornilladores y pinzas, no te vayas tú a pensar…) y procedimos a lo que en nuestro planeta mental denominamos “hacer ciencia”: la pegatina estaba prácticamente descompuesta e ilegible, pero nuestro bagaje videojueguil nos bastó para adivinar que se trataba de un ejemplar PAL del juego ClayFighter, para Super Nes. Valía la pena la cirujía.

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Abrimos al paciente. Tenía barro por todas partes y las conexiones oxidadas y desgastadas. Muy desgastadas… Mientras dejamos el plástico en remojo con agua y Fairy, mojamos unos algodoncillos para las orejas en alcohol (o vinagre, o ambos a la vez, no sé) y nos pusimos a limpiar la placa de silicio. Ni pajolera idea de si está hecha de silicio pero lo llamamos así y entre nosotros nos aclaramos, que somos de letras y no da la cosa para más… Lo limpiamos a consciencia y luego dejamos que se secara al sol mientras echábamos unos vicios al Doom.

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Reanimando al paciente

A Lara Croft se le haría el chirri agüilla sólo de pensarlo

Unos demonios más tarde nos dispusimos a cerrar al paciente y proceder a su reanimación. Nuestras manos curtidas en mil batallas abriendo Game Boys y mandos de Mega Drive, aunaron milenios de evolución humana, sincronizando cerebros y neuronas. Un esfuerzo titánico cargado de épica, esperanza e IndianaJonesismo. Rescatar del olvido un cartucho de 1993 conservado en las peores de las condiciones imaginables. A Lara Croft se le haría el chirri agüilla sólo de pensarlo. Nosotros de electrónica ni puta idea, pero esperanza le pusimos mucha y nos inspiraba el espíritu de MacGyver.

Cargados de una desmesurada ilusión y expectativa (ahora le llaman hype) por saborear las mieles del éxito y con las falanges doloridas tras tan agotador esfuerzo, fuimos raudos y contra el viento a conectar al Cerebro de la Bestia, con su coraza amarillenta pero su circuitería plenamente operativa. Y enchufada, como no, en su correspondiente tele de tubo. Y ahora conjugaré el presente para darle emoción: Ponemos el cartucho, encendemos. No pasa nada… Apagamos, sacamos el cartucho, nos miramos, soplamos las conexiones (sabemos que soplar no sirve para nada, pero hay que seguir el protocolo y rezarle al Diós azar), nada. Volvemos a poner el cartucho, encendemos… y nada. Pantalla en negro. Y así tres veces, cinco veces, diez veces más… con idéntico resultado. Décadas de olvido, viento y lluvia han pasado su factura, pero que no sea por no haberlo intentado. Diagnóstico: muerte por erosión y oxido.

Hablemos del difunto: ClayFighter, visto con ojos de ahora, tampoco es que sea un juego de la leche. Los especuladores no se dan de hostias por él, pero en su momento eso de darse estopa con coloridos muñecos de plastilina animados con stop motion, pues tubo su no sé qué. Y habría sido mágico ver funcionar el cartucho tras cinco lustros de abandono.

Entonces, si el cartucho no funcionó ¿a qué viene este post? A nada. Has perdido tu tiempo absurdamente, del mismo modo que lo perdimos nosotros pensándonos que resucitaríamos el juego. Pero en Titanic todos saben que el barco se hunde y la peli mola igual, ¿no? ¿Y lo bien que nos lo hemos pasado? De eso se trata, de jugar aunque se pierda. Y si hay que abrir se abre. Y si hay que soplar se sopla. Y si el final es una mierda, te jodes.

Happy gamig y que la fuerza te acompañe.

Obi Joan

 

2 pensamientos en “Proyecto ClayFighter

  1. Yo fui el que arrasó con los cartuchos del cobertizo, había un sf2 ,un starfox y un supercastlevania IV…. Yo llegue primero, y por cierto. Hice el amor en ese sitio ( estaba más limpio antes)

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